Había llegado hacía tan solo cuatro
meses, pero ya se había acostumbrado a las diarias sorpresas que
este nuevo mundo le tenía preparadas. Aunque eso de “nuevo” no
era un término muy acertado; seguía siendo el mismo planeta, pero
varios siglos más adelante. No tenía muy claro como había llegado
hasta aquel lugar, o mejor dicho, hasta aquella fecha, pero no había
perdido la esperanza de volver algún día a su época.
Recordaba el primer instante después
de llegar. Había mucho ruido, pero nada tenía que ver con la
algarabía de los días de mercado. Estaba aturdido por las luces que
veía por todas partes y, en un intento inútil, miró hacia el
cielo, esperando encontrar sus adoradas estrellas. Desconcertado, vio
un cielo sin estrellas, con una extraña luminiscencia. Más tarde
averiguaría que eso era a lo que llamaban “contaminación
lumínica”. Miró la todos lados en la busca de algún indicio de
que aquello no era más que una terrible y cruel pesadilla. Tras unos
instantes, se dio cuenta de que todo era dolorosamente real, que ya
no estaba en su queridísima aldea. En los siguientes meses echaría
mucho de menos los verdes campos que veía cada mañana, a su familia
y, sobre todo, pasar alguna que otra tarde bajo la higuera que
llevaba generaciones con su familia.
Pero enseguida esa nostalgia
desaparecería en favor de la curiosidad por conocer los grandes
avances que la humanidad había hecho en aquellos siglos. Su ansia
por aprender se vio satisfecha, ya que, poco después de aparecer
allí, un grupo de personas que habían llegado en las mismas
circunstancias le ayudaron a instalarse y a acercarse a las
costumbres de aquella época.
Pensando en todo esto, olvidó una de
las normas fundamentales que los niños de este siglo aprendían
desde bien pequeños: olvidó mirar la ambos lados antes de cruzar la
carretera. Justo antes de sucumbir a su fatal destino, le dedicó un
último pensamiento al hermoso cielo estrellado que se pasaba noches
enteras observando al lado de su higuerita, y sonrió con tristeza,
pues jamás lo volvería a ver.
Y tan rápido como llegó, se fue. No
quedó nada de él; se desvaneció en el aire tras ser golpeado por
el camión.
Nadie supo decir que le había pasado;
si simplemente había muerto o si había vuelto su época. Algunos
dicen que le pasaron ambas cosas a la vez, y tal vez no andan
desencaminados, pues desde aquel día alumbró una nueva estrella en
el cielo de su aldea, una estrella que centelleaba al observar a su
amada higuerita.
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